jueves, 7 de septiembre de 2017

¡VEGÜENZA, MUCHA VERGÜENZA¡




Como catalán siento vergüenza del patético espectáculo dado ayer el 6 de septiembre en el Parlament, que pasará a la historia de la ignominia de la delincuencia política. Siento vergüenza ante una derecha catalana, incivilizada, trabucaire y delincuente, que por sus ambiciones de casta –no tuvo el menor reparo en saquear la Sanidad Pública para enriquecer a la privada–, que ya ni disimula su falta de ética. Una derecha, la misma que cuando le convino apoyó el golpe franquista, y se sintió comodísima con la dictadura, porque el dictador le garantizaba la brutal explotación de los trabajadores. La que le rendía pleitesía al caudillo cuando se acercaba a Cataluña,  toda ella perdía el culo para mostrar su adhesión con homenajes y otras parafernalias como hacerlo alcalde honorífico de los ayuntamientos, los mismos que hoy incumplen ostentosamente la ley.

Y siento vergüenza por la pasividad y connivencia con esa burguesía nacionalista –la idea más reaccionaria posible– desde el gobierno español, que alimentaron cediendo a todo lo que estos insaciables depredadores  decían, desde el inefable Gonzáles, Aznar y Zapatero, que en lugar de tener el bien común como meta, de todos los españoles, catalanes incluidos, prefirieron el pasteleo y el cortoplacismo por sus intereses personales o de partido, permitiendo que adoctrinaran durante más de tres décadas a los niños en las escuelas, sin querer enterarse. Hoy los lodos del fanatismo recuerdan aquellos polvos.

Y siento vergüenza de que el gobierno de Rajoy haya dejado que tomaran alas, desde el primer momento que llegó a la presidencia, con aquello de "es una algarabía", que le mostró a los talibanes de la derecha nacionalista que podían hacer lo que quisieran, que él seguiría durmiendo, aceptando el butifarrendum del 9-N, habiendo prometido que aquella ilegalidad nunca se llevaría a cabo; y escudándose permanentemente en los tribunales, cosa que evidentemente hay que hacer, pero actuando con todas las armas políticas y legales del Estado, antes de que el delincuente considere que haga lo que haga no pasa nada, porque los principales protectores de la legalidad dejan hacer. 

Y siento vergüenza ante el espectáculo dado por los que debieran ser los principales enemigos de la desigualdad que provoca esta burguesía, los Comunes, Podem o como se llame ese batiburrillo de independentistas colaboradores con la derecha, gente de buena fe, y arribistas, que en lugar de abandonar el Parlament cuando se iba a cometer la barbaridad que perpetraron, se mantuvieron sentados en sus escaños, validando de alguna manera el golpe fascistoide de la derecha, en lugar de abandonarlo como hicieron los otros grupos para mostrar su repulsa.

Y siento vergüenza de que no haya una izquierda en Cataluña con un discurso nítidamente social, que huya de la justificación de los desvaríos del nacionalismo, cayendo en sus redes, justificándolo, y no se entere de que ese camino ya lo recorrimos con el PSUC  y después con el inventado PSC por la misma burguesía, liquidado el primero por los colaboradores de la derecha en su dirección;  y el segundo, que llegó a ser el mayoritario, hasta que los nacionalistas lo hicieron estallar en pedazos; muchos de los cuales hoy le hacen la ola a la derecha golpista desde los escaños de ésta y desde puertas giratorias. La nómina es apabullante.

Hoy Cataluña ha dejado de ser una tierra segura. Porque desde hace tiempo todo el que no comulga con los planteamientos de los tres partidos de la derecha, CDC –que aunque le hayan cambiado el nombre son los mismos actores–, ERC, los cupidos y sus delirios decimonónicos, es un enemigo, un mal catalán, un facha. Y ya pueden ser los señalados gentes que cuando ellos cantaban el cara al sol, o estaban en colegios caros, esos señalados como "malos patriotes", estaban en la clandestinidad luchando contra la dictadura, eso carece de importancia.

Como dice hoy en El Periódico, Enric Hernández, su director –también en el punto de mira de los talibanes– "Ojalá que el mundo no nos esté mirando". Siento vergüenza de que nos estén mirando. Porque sin duda todos nos miran y deben pensar con asombro: ¿en qué galaxia viven estos catalanes?

Ubaldo

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